¿Qué tienen en común la criminología y la arqueología?

Si alguien te dice que la criminología y la Arqueología tienen algo en común supongo que te sonará extraño. A pesar de que, aparentemente, el mundo de la investigación criminal y el de la investigación arqueológica parecen tan lejanos, la realidad es que ambas disciplinas comparten el uso de una misma metodología, aunque con diferentes objetivos. Esta metodología común se llama traceología, pero, mientras que en Criminología se emplea para analizar cualquier huella o rastro material derivado de la preparación, comisión o encubrimiento de un crimen en Arqueología se orienta a intentar definir la funcionalidad de las herramientas prehistóricas. Por este motivo, en Arqueología a la traceología también la denominamos análisis funcional o análisis de funcionalidad. Así, la traceología en la investigación prehistórica se aplica, principalmente, al estudio de las herramientas con el objetivo de obtener información acerca de la forma en que han sido utilizadas. Por ejemplo, para saber si un cuchillo de sílex recuperado en un yacimiento paleolítico ha sido empleado para cortar carne o para llevar a cabo un trabajo de carpintería.

Siguiendo esta relación, entre estas dos disciplinas tan diferentes, lo cierto es que la traceología fue desarrollada por la investigación criminalística y, posteriormente, adoptada por parte de la Arqueología hace casi un siglo. En concreto, fue implementa por la investigación prehistórica en la Academia de Ciencias de la Unión Soviética en los años 30 del siglo pasado. En este contexto el arqueólogo S.A. Semenov decide tomar esta base metodológica de la criminología para desarrollar su investigación sobre las herramientas prehistóricas. Este trabajo, desarrollado durante dos décadas, se concretará en su tesis doctoral que recogerá, en detalle, tanto el procedimiento cómo los resultados del análisis funcional realizado sobre multitud de herramientas de hueso y de piedra de diferentes yacimientos soviéticos. Casi un siglo después la traceología es una disciplina plenamente integrada dentro de la Arqueología y atenta a los nuevos enfoques que han surgido a partir del desarrollo tecnológico que ha definido nuestra sociedad durante las últimas décadas.

La conexión entre Criminología y Arqueología ya está clara ahora profundicemos en el método y en su potencial. Para realizar la interpretación funcional del utillaje prehistórico lo que hacemos es observar y analizar las huellas de uso o de desgaste producidas sobre las herramientas debido a su fabricación y a su utilización. Desde esta perspectiva, por ejemplo, cualquier cuchillo de cocina que utilizamos a diario en nuestras casas sufre sobre su filo, aunque no podamos apreciarlo a simple vista, una serie de alteraciones derivadas de su uso. Por tanto, el análisis funcional parte de la premisa de que el uso desgasta el filo de las herramientas y que, por lo tanto, a partir de conocer qué tipo de alteraciones y cómo se desarrollan al procesar cada materia mediante acciones diferentes -como curtir piel, cortar carne o pulir madera- podremos intentar reconocer la funcionalidad que tuvieron las herramientas prehistóricas. Sin embargo, esto no es tan sencillo, ya que, para poder relacionar las huellas de uso y la función de cada herramienta es necesario llevar a cabo protocolos experimentales. En estos protocolos primero se recrean las herramientas prehistóricas, tratando de buscar en la medida de lo posible la similitud con la evidencia arqueológica, y posteriormente se utilizan para desarrollar actividades coherentes con los contextos arqueológicos que estudiamos. De esta forma, la información obtenida durante el desarrollo de estos experimentos controlados, con respecto al desgaste de las herramientas, es lo que permite determinar finalmente la función que han desempeñado durante la Prehistoria. Para poder analizar estas huellas de uso o de desgaste, tanto sobre el material arqueológico como experimental, utilizamos de forma combinada la observación macroscópica y microscópica, para lo cual, se emplean lupas binoculares y microscopios similares a los que usan otras Ciencias como la Física o la Biología.

En la actualidad, a partir del empleo de esta metodología podemos analizar cualquier herramienta prehistórica, ya sea de piedra, hueso, madera, concha, metal…, siempre que tenga un buen estado de conservación. Pero, además, de al estudio de las herramientas la traceología también puede orientarse al análisis del arte mueble o de los ornamentos personales, como collares o pulseras, con el objetivo, en este caso, de conocer como han sido realizados y usados estos elementos durante la Prehistoria.

Se trata, por este motivo, de una propuesta metodológica de gran potencial ya que a partir del estudio de las herramientas prehistóricas podemos llegar a reconocer las actividades que fueron realizadas en los contextos arqueológicos. Por extensión, también podemos interpretar la funcionalidad de los propios asentamientos, es decir, si un contexto estaba especializado en realizar una actividad concreta como la caza o el cultivo de cereal. De igual modo nos aproxima a la forma en que fue gestionado el espacio dentro de un campamento, es decir, si existían áreas especializadas en el desarrollo de tareas concretas o, también, determinar la existencia de una división social del trabajo, es decir si un sector del grupo realizaba unas tareas o actividades específicas. En definitiva, se trata de una aplicación que, partiendo del análisis de la cultura material de los grupos humanos prehistóricos, tiene como objetivo tratar de responder a cuestiones relacionadas con sus estructuras económicas y sociales.

Durante los últimos años podemos encontrar múltiples y variados ejemplos de investigaciones arqueológicas que, a partir de la traceología, han realizado aportaciones significativas a nuestro conocimiento sobre la Prehistoria. En esta línea, y solamente por citar una de ellas, el análisis funcional, por supuesto junto a otras disciplinas, ha colaborado a reabrir el debate acerca de la antigüedad del poblamiento en el sur del continente americano proponiendo que éste se habría producido unos 30.000 años antes de lo que se pensaba previamente. Es improbable que Semenov pudiera, ni siquiera, intuir que su trabajo sería tan relevante fuera de la Unión Soviética casi un siglo después, aunque seguro que tampoco imaginó que tendría algo en común con el popular personaje que interpretó Angela Lansbury en la serie de televisión Se ha escrito un crimen.

David Cuenca Solana

 

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