Sobre los signos abstractos del arte parietal paleolítico

Además de animales y algunas pocas representaciones de humanos, los paleolíticos pintaron y grabaron en paredes y techos de cuevas multitud de motivos no figurativos, de muy distinto carácter. Por lo general, restringimos el término de signo abstracto a aquellos que, con una cierta complejidad formal, se repiten con formas similares en una misma cueva o en varias, y aluden por tanto a una misma idea. La recurrencia formal avala pues un carácter de representación abstracta que no es tan asumible en el caso de otros motivos no figurativos, aún más frecuentes, como las meras manchas de color, o las series de líneas entrecruzadas, pintadas o grabadas.

Estos signos fueron interpretados en los primeros tiempos de la investigación como representaciones de piraguas, de chozas o cabañas, de armas arrojadizas, de trampas, constelaciones de estrellas o, más recientemente, fenómenos meteorológicos (la lluvia), hongos psicotrópicos y un sinfín de lecturas, ciertamente imaginativas a veces, pero nunca verificables. Aquí nos limitaremos a algunos apuntes sobre su distribución geográfica y, especialmente, a examinar algunos cambios a lo largo de los 30 000 años que dura el Paleolítico superior, y que no parecen independientes de los que se producen en algunos de los agentes implicados en el cambio cultural, sean las oscilaciones medioambientales y en la base demográfica regional, y, secundariamente, en el grado de interacción cultural entre poblaciones regionales relativamente próximas.

En la región cantábrica estos signos abstractos presentan una frecuencia muy superior a la de otras regiones clásicas del arte parietal, como las francesas del Périgord o la región al norte de los Pirineos. Esto va unido a la existencia de algunos conjuntos parietales –por lo general muy pequeños- construidos solo con signos abstractos, sin representaciones animales, especialmente en el área centro-occidental de la región. Además, algunas de las clases de signos presentes son específicas del corredor cantábrico, mientras que otras, más genéricas, muestran formas que se repiten en amplísimas áreas del suroeste europeo.

Apoyándonos en lo que se ha ido averiguando sobre cómo fue modificándose la actividad gráfica parietal a lo largo de aquellos 30 000 años, y aunque la cronología no es aun suficientemente satisfactoria, parece que esas dos categorías (signos genéricos vs. cantábricos) muestran una distribución temporal relativamente diferenciada y un tanto oscilante.

En los conjuntos parietales de las fases más antiguas, entre hace unos 42 y 28 000 años, y coincidiendo con el desarrollo de las épocas industriales Auriñaciense y buena parte del Gravetiense, encontramos signos muy sencillos formal y técnicamente, y en parte por ello similares a los presentes en cuevas de otras regiones. Destacan las series de discos pintados en rojo, en muchos casos mediante soplado, formando alineaciones horizontales o verticales en zonas profundas de cuevas como El Castillo, Cudón, galería intermedia de La Garma y San Pedro. Son aún más frecuentes las digitaciones (trazos pintados en rojo realizados con el dedo o varios dedos de la mano) Algunas de estas, los llamados trazos pareados (dos o tres tracitos cortos, arrastrando los dedos centrales de la mano untados con pigmento rojo), se asocian con frecuencia con representaciones de manos humanas en negativo o positivo, y son muy característicos de los momentos avanzados del Auriñaciense y Gravetiense antiguo. Podrían añadirse otros signos, quizá algunos ovales, triangulares, formas romboidales…, pero no están claros en esa cronología antigua los signos de tipología más específicamente cantábrica.

La especificidad gráfica regional parece acentuarse en la segunda mitad del periodo Gravetiense, durante el Solutrense, y aún se prolonga durante el Magdaleniense antiguo, esto es, entre hace unos 28 000 y 17 600 años. Muchas cuevas comienzan a mostrar composiciones de signos rectangulares, a veces subdivididos internamente en tres campos, y con cenefas de trazos cortos, escaleriformes, signos ovales también con tres campos, u otras variantes, como los signos en creciente o subrectangulares, pero con un apuntamiento o bucle en el centro de un lado mayor, denominados acolados o en arco conopial. Los claviformes clásicos, o de tipo Altamira-Pasiega B, parecen vinculados formal y técnicamente (casi siempre pintados en rojo) a los anteriores. Estos signos de “tradición cantábrica” son muy abundantes en las cuevas del centro del corredor regional, con máximos en las cuencas de los ríos Miera y Pas. Destacan por su abundancia conjuntos rupestres como los de Altamira, El Castillo y La Pasiega, pero hay ejemplares similares desde las cuevas asturianas de El Buxu y Tito Bustillo a las vizcaínas de Arenaza y Baltzola.

Se trata de un largo periodo, entre hace unos 28 000 y 17 600 años, en que las condiciones climáticas fueron endureciéndose, con largas fases estadiales en notable continuidad. Frente a lo supuesto en ocasiones, la población regional pudo estabilizarse y aun recortarse respecto a las etapas iniciales del Paleolítico superior. En tales condiciones cabe entender una reducción de la interacción con otras regiones bien pobladas y en continuidad geográfica (las francesas citadas), resultando un arte cantábrico de notable personalidad diferenciada. En este periodo, el relativo ensimismamiento gráfico va unido no solo a una alta proporción de signos específicos de la región, sino también a una distribución de animales representados muy característica, o de procedimientos técnicos si no específicos sí bastante más recurrentes en la región (trazo tamponado, o luego las áreas de estriado en cabezas de cérvidos…).

Los rasgos de aquella tradición cantábrica (frecuencia alta de signos y de clases específicas de la región, y realización a veces en pequeños espacios laterales, escondidos de la vista), tienden a difuminarse en las fases centrales del periodo Magdaleniense. Desde hace unos 17 600 años vemos extenderse unas soluciones gráficas más vinculadas, de nuevo, con las regiones francesas, especialmente ahora la pirenaica. Los signos abstractos tienden a reducirse en número y variedad, y suelen ser más explícitos y visibles. Los más característicos son los claviformes tardíos: un trazo recto con un bucle o apuntamiento en su tercio superior, pintados en rojo o en negro, o también grabados. Como en las regiones francesas (Pirineos y con muy inferior frecuencia en el Quercy), se organizan en series dispuestas en paralelo en las cuevas de El Pindal, La Cullalvera y Armintxe. Además, ocasionalmente seguimos encontrando composiciones de puntos rojos (alineaciones, círculos), o series de líneas en paralelo. La clave de esta nueva versión del arte parietal, más integrada geográficamente, es la recuperación de la base demográfica, muy lentamente durante el Magdaleniense inferior, y de manera más decidida desde el cambio ambiental a las condiciones del interestadio del Tardiglaciar, hace unos 17 600 años en el corredor cantábrico, coincidiendo con momentos avanzados del Magdaleniense medio y con el superior-final. Esto propició unos tránsitos y contactos más frecuentes con las áreas extracantábricas, y un arte más internacional e integrado que se va a prolongar hasta la transición al Aziliense, hace unos 13 500 años.

César González Sainz.

Signos abstractos de la cueva del Castillo. Cuadrilátero con arco conopial y signos ovales mediante punteado. (César gonzález Sainz)
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